Al caminar por los pasillos de la vida encontramos nuestras propias realidades, muchas de ellas inconscientes pero repetidas día con día, sin darnos cuenta que algunas son dañinas y perjudiciales a nivel personal y del entorno.
Conoce usted personas muy disciplinadas que para iniciar su día abren el diario y van directamente a la sección que les informa quienes murieron ayer, y para no perder la congoja que produce esa notica, repasan las estadísticas de muertos, robos, atracos y violencia en general.
También puede encontrar padres que abren sus ojos en la mañana y el primer escaneo del cerebro es para confirmar la incompetencia de sus hijos, se dirigen a la habitación de ellos para tratar de confirmar que se orinaron en la cama o que tienen alguna mentira envuelta en las sábanas; si no lo confirman bajan al primer nivel tratando de fortalecer la idea que los ladrones ingresarán a la casa, por qué de alguna manera deben insistir que hoy será el peor de los días.
Los pesimistas tienen esa rara, pero muy común forma de concebir la realidad, ver y juzgar por el lado más negativo todas las situaciones de su vida, y eso no tendría mucho problema si él o ella se consumieran sus propias fantasías, el embrollo lo constituye el impacto que producen en sus hijos, familiares, compañeros de trabajo, amigos y comunidad en general.
Por estos días desarrollamos un programa empresarial en ventas y al ingresar a una que otra empresa me pregunto, será que la selección de personal en esta compañía es tan efectiva que a todos los pesimistas los han enviado al mismo departamento? Me gustaría que usted juzgara en su oficina o unidad de negocio lo dañino que es tener personas que solo ven lo negativo.
No se trata de desconocer las realidades, por supuesto que hay problemas y situaciones malas, pero quienes se sitúan en el lado pesimista quieren confirmar que esa maldad triunfará y ese es el ejercicio que no podemos permitir. El optimista sabe evaluar objetivamente la situación y de no hacerlo racionalmente puede caer en el mismo desequilibrio que el pesimista, pues estará distorsionando la realidad.
Entre el optimista y el pesimista sólo hay un espacio que se llama estado de ánimo, para los primeros hay esperanza, la razón de ser de cada uno de nosotros como padres, ejecutivos o ciudadanos y que marca la actitud con la que nos levantamos cada día para entender que la oscuridad de un amanecer, puede pintar la claridad de un día soleado, no por simple optimismo, por experiencia, por creencia y por virtud.
El pesimista a medida que avanza por el pasillo, acumula soberbia y se vuelve vanidoso, se aleja y rompe la posibilidad de hacer equipos que incorporen esperanza y puede que gane adeptos, pero son pocos los que tienen ese deseo profundo de demostrar que lo negativo se impondrá. Por ello una cruzada contra los pesimistas, por la familia guatemalteca, por nuestras empresas y por ellos mismos. Si encuentra uno, envíele el artículo y dígale que hoy salió el sol.