Cuando de pequeño jugaba canicas y fútbol, aprendí que si al lanzar la bola, lograba colocar un efecto, podía conseguir algo grandioso, no siempre bueno, pero si espectacular, si planificas la jugada, puedes obtener el objetivo, si es de casualidad el efecto, puedes ponerte en contra de ti mismo.
Confieso que me gustaba jugar con efecto, duré mucho tiempo intentando aprehender como funcionaba, luego observando los profesionales del billar entendí muchas cosas que me hubiere gustado conocer años antes, así tendría mis bolsillos llenos de canicas y muchos goles más.
Ahora puedo distinguir como funciona el efecto, no solo para desempeñarse mejor en el juego de la vida, para cumplir una función empresarial, gerencial, ejecutiva o de padre. Si comprendemos la magia del efecto y entrenamos para ello, las jugadas que hacemos en el diario vivir, resultan grandiosas, pero si no lo entendemos podemos estar viviendo con un efecto cero, sin impactos.
Mis primeras intensiones de niño fue conseguir ese efecto, que la bola pegara en un compañero o en un poste y entrada al arco o que un toque a una canica desplazará al contrincante y me alineara en una posición ideal, ese jovencito combatió con la fuerza, entendí que así debía ser, y bien entrada mi edad madura, todavía era la potencia física la incitadora para producir efectos, pero no entendía porqué no producían mejores resultados.
Posteriormente en esa fase donde se desconecta el piloto automático y logras pensar conscientemente, acepté que el efecto tiene más que ver con la técnica, que con la fuerza, y que la técnica está asociada con el conocimiento, no con la dureza. Que los efectos que utilizan la musculatura física pueden funcionar pero son esporádicos y su calificación es cero y muchas veces negativa, por los impactos que produce en los demás.
Hoy en día muchas de nuestras familias y empresas siguen creyendo que a través de ordenar a otros que se realicen ciertas tareas se crea un efecto de cumplimiento. Lamento decirles que el cerebro no funciona así, ejemplos infinitos, el más sencillo es cuando iniciamos procesos de cambio en nuestras organizaciones, se invierten grandes cantidades de dinero y se sigue creyendo que todo funcionará, los resultados dicen lo contario, son de efecto cero.
Peter Senge en su libro La danza del cambio señala que la mayor parte de las iniciativas de cambio fracasan por nuestra forma de pensar limitativa. Perder es una posibilidad, es preferible ganar, y eso se consigue con otro tipo de efecto.
Cuando llegaba a casa sin una canica, derrotado, entendía que mi efecto había sido cero y de adulto, en varias de los proyectos, ocurrió. Pero cuando descubrí que podía generar efectos multiplicadores; tema de la próxima columna, la vida cambió. ¿Utiliza usted, apreciado lector un efecto para conseguir los resultados, o se encuentra con los bolsillos vacíos y no entiende por qué?
Hasta la próxima.
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